jueves, 17 de septiembre de 2015

Este jueves: "Mirando un retrato"




Las Mujeres del burdel
Edgar Degas



Madrugada.
Tres mujeres descontando horas a las caricias huecas.
La mirada perdida, la piel prestada,
los sueños en venta a la espera de un amanecer despintado con carmín.
El trasluz ajado de las cortinas de terciopelo,
la desnudez del cuerpo, la coraza del alma,
el manual de pecado olvidado sobre la cama,
la vida tiritando bajo la manta,
el amor sin nombre, el cansancio sin queja,
el placer que pasa de largo, el asco y  
la costumbre cosida a la cera del  semblante…
Tres mujeres que se entregan a la tristeza sepia del artista.
Malvive la esperanza.

Amanece.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Este jueves: "Historias secundarias"





El Nuevo Mundo

A Juan le gustaban los atardeceres en el Guadalquivir cuando los patos se escondían entre los juncos y él jugaba a modelar con  el légamo como si fuera un alfarero.
El olor del barro estaba impregnado en los rincones de su casa, blanco patio de Triana donde se exponían las más bellas piezas artesanas para el comercio floreciente que daba de comer a su familia.
Sus carreras descalzo por entre la loza dieron aquella tarde, sin querer, un giro a su destino.  
Cayó al suelo el jarrón más valioso de cuantas joyas exponía su padre y huyendo de los latigazos corrió y corrió por  las callejuelas hasta desembocar al muelle.
Las aguas negras del río, el olor a pez de las las barcazas y el miedo, lo prepararon para el viaje. 
De polizón en la bodega hasta el puerto de Palos en Huelva y de allí casi a rastras levantando apenas cuatro palmos del suelo pasó a ser vigía en la Carabela La Pinta.
De encontrar tierra en aquella aventura, él sería el primero en olerla porque tenía cosido en el alma el aroma  de las alfarerías trianeras.
En las largas horas de travesía  tallaba su nombre en las maderas del barco para no olvidarse de su origen: “Yo, Juan Rodriguez  Bermejo, bautizado aquí como Rodrigo de Triana, marinero por accidente, contador de estrellas, niño de barro…”
Así, la madrugada del 12 de octubre de 1492,  Rodrigo se hizo grande de repente y con voz de sal gritó: 
Tierraaaaaaa, Tierraaaaaaa, Tierraaaaaaa, Tierraaaaaaaaaaaaa